Charles “Cosmo” Wilson lo dice sin rodeos: “Soy un artista, siempre lo fui”. Su historia está marcada por el arte desde el principio. Creció en una familia creativa, con un padre arquitecto y una hermana artista.
Esa sensibilidad lo acompañó siempre, pero encontró su forma definitiva cuando subió a un escenario. Desde entonces, la luz se convirtió en su lenguaje y el rock, en su territorio natural.

La historia de Charles “Cosmo” Wilsonno empezó con luces, sino con sueños de rockstar. En 1976, cuando tenía apenas 15 años, vio a KISS en vivo. “Me impresionó todo: las luces, el sonido, la pirotecnia, los trajes… era un espectáculo. En ese momento, no pensaba en iluminación. Solo pensé que era increíble”. Esa noche no encendió una consola, pero encendió algo más profundo: una vocación.
Los años siguientes fueron de búsqueda. Comenzó como técnico de batería y guitarra en Nueva York, hasta que se mudó a Florida y encontró su primer contacto real con el escenario. “Los de iluminación siempre eran los primeros en empezar. No quería empujar cajas todo el día, así que empecé a moverme donde sabía que iban a necesitar ayuda”, recuerda. “Le di mi número a todos los chicos de iluminación. Y cuando finalmente salí a la ruta en 1986, tenía 25 años”. Lo curioso, o quizás, lo inevitable, fue que tres años antes ya había estado con KISS, pero esta vez como parte del equipo técnico. “Trabajé por primera vez con ellos en 1983, en el mismo escenario donde los vi por primera vez: el Civic Center de Lakeland, Florida”. El círculo se había cerrado y la gira recién comenzaba. A partir de ahí, la carretera se volvió su hábitat natural.
El chico que sería Cosmo
Charles B. “Cosmo” Wilson, nacido el 18 de febrero de 1961 en Orlando, Florida, pasó de los clubes a los estadios, y de los estadios a la historia grande del rock.
Desde 1986, su nombre quedó asociado a más de 40 bandas legendarias: AC/DC, Aerosmith, The Rolling Stones, Iron Maiden, Judas Priest, Def Leppard, Scorpions y muchas más.
El apodo “Cosmo” llegó por necesidad práctica y se volvió parte de su identidad. Fue durante una gira con Genesis, en los años 80, cuando alguien tuvo que distinguirlo del resto de los “Charlie” del equipo de iluminación. Eligieron ese nombre casi al azar… pero el universo pareció aprobarlo.
El verdadero punto de quiebre llegó con los Rolling Stones. En 1989 asumió como jefe de iluminación para la gira “Steel Wheels” y, al año siguiente, ya estaba al frente del diseño para las fechas en Japón y Europa con “Urban Jungle”.
Su relación con AC/DC, en cambio, fue más que profesional: fue casi un juramento. Desde 1990 ha diseñado y operado más de 700 shows con la banda, incluyendo la icónica presentación en Moscú durante el Monsters of Rock de 1991. Más de 1.6 millones de personas reunidas frente a un escenario. Un récord. Un símbolo. El primer megaconcierto occidental gratuito en la Unión Soviética.
Los reconocimientos no tardaron en llegar: premios Parnelli, TourLink Top Dog, Pinnacle Awards. Pero lo que define a Cosmo no es la vitrina, sino su manera de habitar el espectáculo. Él no “hace luces”, él ilumina desde la emoción. Cada concierto, dice, se piensa como un “big club act”, aunque sea ante miles: intensidad, espontaneidad y conexión. Así es como entiende la iluminación. Así es como enciende el rock.
Rock que no se rompe: tres décadas iluminando a AC/DC
En un mundo donde la iluminación avanza a pasos agigantados, él elige mantener el alma intacta del show. “Obviamente la tecnología mejora, podés usar un círculo de mil luces, pero yo sigo haciéndolo a la antigua. Cuando diseño, intento que se vea como un show de rock clásico. Como en los viejos tiempos, con Par Cans y ACLs”. Y sí, se refiere a esas luminarias que definieron la estética del rock en vivo: los Par Cans, con su luz intensa y directa que bañaba el escenario en colores sólidos, y los ACLs, luces originalmente diseñadas para aviones, que creaban haces estrechos y paralelos tan potentes como dramáticos.
Cosmo no solo los menciona: los reivindica como parte esencial de la identidad visual de una era.
Y si hay algo que define a AC/DC es la coherencia. “Como dicen, if it ain’t broke, don’t fix it. Esa es la fórmula de AC/DC. No cambian su estilo. Cada álbum es similar”, explica con admiración.
Ese espíritu también lo conecta con otras leyendas. Rolling Stones, Aerosmith, Scorpions… la lista sigue. Cada una tiene su carácter, su peso, su historia, pero Cosmo prefiere no elegir. “Todos son especiales. Es como la comida: pollo, langosta, sushi… tengo favoritos, sí, pero me gustan todos”, dice entre risas.
Lo que las une, según él, es algo más profundo. “Esas bandas de los 70 inventaron el rock and roll clásico. Sus canciones son el soundtrack de la vida de muchas personas. Algunas te hacen feliz, otras te rompen el corazón, pero todas se conectan con la gente”.
Y si bien AC/DC no canta sobre el desamor, tiene lo suyo: “Ellos escriben sobre pasarla bien, y eso también importa”. Para Cosmo, ese ADN de las bandas clásicas —guitarra, bajo, batería, cantante— no necesita fórmulas nuevas, solo intensidad, verdad y un diseño de luces que sume al ritual.
“Tuve la suerte de trabajar con las bandas que amaba de joven. Conozco su música, la disfruté desde el primer día. Y ahora, poder iluminar esas canciones es un privilegio. Soy muy afortunado”.

Luz para el recuerdo, luz para el futuro
Cosmo Wilson no solo ilumina shows; ilumina memorias. Y lo hace pensando tanto en quienes crecieron con AC/DC como en quienes recién los descubren.
“Cuando tomo una banda con la que he trabajado por un tiempo, intento hacer algo similar al último tour. No copio, pero uso los mismos colores. Obviamente, los colores evocan emociones, así que los cambio… pero con cuidado”.
Y este criterio tiene una intención profunda detrás. Para él, cada espectáculo es también una máquina del tiempo. “Alguien que vio a AC/DC hace 20, 25 o 30 años, quiero que sienta que está volviendo atrás en el tiempo”. Y eso implica más que luces: implica una atmósfera emocional que active recuerdos, gestos y sensaciones.
La música sigue sonando igual. Angus Young sigue corriendo sobre el escenario con la misma energía. Y Cosmo acompaña esa continuidad con una estética coherente: “Siempre uso blanco entre las canciones. Básicamente, la gente no puede recordar qué color usé en una canción, pero lo recuerdan inherentemente porque estuvieron ahí, cuando eran jóvenes”.
Pero también piensa en quienes llegan por primera vez a ese ritual: “Intento que se vea como en los tiempos antiguos para los más jóvenes, para que puedan experimentar no solo la música, sino una luz similar a la que tenía la banda en sus inicios”. Aunque la tecnología cambió, él la usa para revivir el pasado, no para dejarlo atrás. Porque cuando el rock es eterno, la luz también debe serlo.
GLP: tecnología nueva, mirada old school
La búsqueda de Cosmo Wilson nunca fue por la luminaria más moderna. Su verdadero objetivo siempre fue otro: recrear el espíritu del rock clásico con las herramientas del presente. Y cuando encontró en GLP una aliada estética, todo cobró sentido.
“En la gira Black Ice con AC/DC ya habíamos usado los GLP”, informa. “Eran los originales LED PAR, y los usé en el tren de luces porque no tenían anillo de soporte todavía. Estaban en pleno desarrollo, pero ya eran tan brillantes y saturados que me impresionaron desde el principio”.
Años después, en pleno tour con Aerosmith en 2015, llegó el momento de dar un salto definitivo. “Estaba en Sudamérica usando viejos PAR, y fue una locura. Estaban ardiendo porque hacía años que no se usaban. Era todo iluminación local, y dije: no puedo seguir usando esto. Hay demasiados problemas”.
Ese fue el punto de inflexión: Cosmo decidió reemplazar las convencionales por cabezales móviles, pero sin perder el look que había definido. “Ahí tuve la visión, voy a intentar usar tecnología nueva de una manera antigua”.
Inspirado en las clásicas barras de 8 pies con 12 PARs, dos líneas de seis, Cosmo rediseñó el concepto. “Una de mis fotos antiguas mostraba dos hileras de cuatro PARs, y al final sumaba una luz de perfil. Así que llamé a John Huddleston, de Upstaging, y le dije: ¿podés armarme algo similar con cuatro X4 por fila, como si fuera una barra antigua?”.
El resultado fue explosivo. “Parecía una estructura antigua, pero con toda la versatilidad de los GLP. Fue entonces cuando decidí pasar de convencionales a cabezales inteligentes. Y no miré atrás”.
La decisión fue audaz: para esa gira con Aerosmith, pidió 272 unidades de la impression X4 de GLP. “Me decían: ¿estás loco? Eso son muchísimas luminarias. Pero después lo vieron… y lo entendieron”. Y lo que para muchos podría ser reemplazado con una sola fuente LED, para Cosmo era una cuestión de narrativa visual: “No se trata de cambiar color. Para mí es sobre la intensidad y sobre el movimiento. Eso es lo que genera el impacto”.

X5: más grande, más brillante, más rock.
El presente se escribe con memoria. Y Cosmo lo sabe mejor que nadie. Hoy, mientras recorre el mundo una vez más junto a AC/DC, el espíritu de los años 90 se mantiene vivo, aunque con una nueva luminaria al frente: la impression X5 Maxx.
Pero si hay algo que Cosmo disfruta es recordar el camino que recorrió: “Volvamos a 1990, mi primer tour con AC/DC. Teníamos estos grandes pods que llamábamos MegaMag”, recuerda Cosmo Wilson, entre risas. “No era un equipo puntual, era como les decíamos a esas estructuras enormes que colgaban del techo, llenas de cambiadores de color. Literalmente volaban geles de colores: usaban motores para mover filtros físicos frente a las luces y lograr distintos tonos. Y detrás de todo eso, teníamos 48 PAR cans. ¡48!”.
Una bestia visual hecha de tecnología analógica y espíritu rockero, en tiempos donde la mezcla de colores aún se hacía con gelatinas y precisión artesanal.
El concepto era claro: potencia visual al servicio del show. “Cuando este nuevo tour apareció, otra vez queríamos ese look antiguo”, cuenta Cosmo. En ese proceso creativo se reunieron tres nombres clave: Terry Cook, director de producción de la gira; Patrick Woodroffe, legendario diseñador de iluminación y colaborador de larga data de AC/DC; y el propio Cosmo. “Los tres dijimos: que parezca old school. Y fue Terry quien propuso usar la X5, porque es aún más grande, más grande que la vida, y la montamos en pods”.
Así, el equipo recreó ese icónico diseño noventoso, pero con la tecnología actual de GLP. “Básicamente, hicimos un throwback total. Grandes pods. Y aún más grandes PAR cans”.
Para Cosmo, la X5 de GLP es una herramienta creativa de alto nivel: “No es solo un punto de luz. La cantidad de cosas que podés hacer en sí hace que el show se vea aún mejor. Siempre me emociona todo lo que podemos hacer con ella. Es tan divertida”.
Karlsruhe en el mapa del rock.
Con un calendario cargado por delante, Cosmo se prepara para una seguidilla de shows que lo mantendrán ocupado durante los próximos dos meses. Entre todas las paradas, hay una que destaca por motivos personales y profesionales: Karlsruhe, Alemania.
No es una ciudad más en el itinerario. Es el hogar de GLP, la marca que transformó su forma de iluminar. “Sí, vamos a hacer un show en Karlsruheme y eso me entusiasma mucho”, confirma. Y va más allá del escenario. “Para cada show tenemos tres días entre medio. Usualmente el primer día es de viaje y el segundo, de descanso… Así que voy a ver si puedo llevar al equipo de la gira a la sede de GLP. Estoy muy emocionado. Siempre me gusta ver de dónde vienen las cosas”.
Pero más allá de la tecnología, lo que lo mueve es el encuentro humano. “La gente, especialmente. Me encanta conocer a quienes están detrás de los productos y decirles cuánto me gusta usarlos. Para mí, eso es más importante que nada”.
La relación de Cosmo con GLP se remonta a 2008. Desde entonces, no solo consolidó una alianza técnica, sino también un vínculo genuino “Sí, conozco a Udo Künzler, el alma de la marca. Y a Mark Ravenhill… somos buenos amigos. Lo disfruto mucho. Es un gran tipo. Siempre brindan apoyo, amistad… y, por supuesto, mis productos favoritos”.
Cosmo no es de los que se quedan en el pasado, aunque amen el espíritu vintage. De hecho, cada año se toma el tiempo para asistir a la feria LDI en la ciudad de Las Vegas para ver qué hay de nuevo en el horizonte. “Voy casi todos los años, y cada vez aparece algún producto nuevo que es maravilloso”.
Pero también tiene claro que no todo lo nuevo es útil para todos. “Hay muchos equipos. Muchas empresas hacen las mismas luminarias. Algunas intentan abarcar todos los segmentos… Y está bien. Hay muchas cosas que yo nunca voy a usar, pero eso no significa que otros no lo hagan”.
Lo que realmente valora de GLP es su objetivo de desarrollo. “Lo que disfruto mucho es cuánto han trabajado en desarrollar PAR LED. Ese look en particular es muy rock and roll. El X4 fue la primera luminaria que de verdad evocó la sensación de un PAR can: ese haz largo, ese brillo que cruza el aire hasta el escenario. Eso es lo que me gusta ver, lo que me encanta de GLP es que siguen mejorando, siguen creciendo, y en algunos casos, haciendo cosas aún más grandes”.
Cosmo sonríe al recordar su primera impresión del Mad Maxx, la nueva mega luminaria de GLP. “Lo vi en LDI el año pasado y me reí… dije: ‘Ok, ahora tenemos que encontrar un PAR gigante para ponerlo como mi PAR de cabecera’, y todos rieron. Ese es el espíritu”. En el universo de AC/DC, todo tiene que ser descomunal, “Eso es lo que me encanta de esa luz: es más grande que la luz misma. Solo mírala”.
Y aunque la exageración parezca una broma entre colegas, no lo es tanto. “¿Te imaginás tener 272 de esos?”, lanza con una risa cómplice. El comentario final lo dice todo: “Incluso podés llamar a Batman también con eso”. Porque si el rock es un espectáculo, Cosmo Wilson lo ilumina con el poder de un superhéroe.

Encender al público: la verdadera razón detrás del show
Iluminar un estadio puede ser una hazaña técnica. Iluminar a la audiencia, una cuestión emocional.
Para Cosmo, no hay distinción real entre ambas. «Una banda en el escenario se retroalimenta del público. Ellos tocan, la audiencia grita, y eso hace que toquen más fuerte», admite. «Y lo mismo pasa conmigo, con la luz».
La conexión con el público es, para él, el alma del diseño. “Obviamente, querés encender a la audiencia. Cuando estás ahí abajo y la luz te toca, te sentís como si la banda te estuviera mirando. Quiero asegurarme de que eso suceda”.
Esa intención también atraviesa decisiones técnicas: “Hace mucho, Malcolm de AC/DC me dijo: ‘A veces la audiencia suena, pero no la puedo ver’. Y no se refería solo a la luz de frente: quería verlos. Así que lo que hice fue poner algunas texturas en los primeros 20 pasos, que estaban siempre encendidas. Se sentía como parte del show, pero mantenía a la audiencia visible todo el tiempo”.
Y en esa conexión hay momentos que lo marcaron. Uno, especialmente, nos cuenta: “Con los Rolling Stones, en el Estadio Olímpico de Berlín. Estaban tocando You Can’t Always Get What You Want, y puse las luces en la audiencia. La gente cantaba, sonreía, y en ese momento pensé: ‘Dios mío, qué suerte tengo de ser parte de esto, de hacer feliz a la gente’”.
Y cuando a esa felicidad la encienden desde el escenario, la energía se multiplica. “Los ooohs y aaahs del público… eso te da adrenalina, te da ganas. Me encanta. Esa es la razón por la que hago lo que hago”.
Ese lazo íntimo entre banda y audiencia, para Cosmo, es lo que hace la diferencia entre un concierto más y una experiencia memorable. “Encenderlos en color, hacerlos sentir parte del show… no solo mirarlo. Ser parte. Participar. AC/DC hace eso. Los ves en vivo y la gente forma parte del show. Y las bandas clásicas lo saben hacer mejor que nadie, sin duda. Porque empezaron en clubes, en lugares chicos. Literalmente estaban en la audiencia. Y esa conexión nunca la perdieron”.
Y como en todo evento en vivo, hay momentos en los que la técnica falla, pero el espíritu del show se impone. Y Cosmo lo vivió de primera mano: “Estaba trabajando con Barbara Mandrell, una cantante country, hace muchos años. El transformador explotó y se llevó toda la energía del bloque donde estábamos. Todo el show. Solo quedaron encendidas las luces de emergencia”.
Sin sistema de sonido, parecía imposible continuar. Pero Barbara tenía otra idea. “Subió al escenario con un guitarrista y una guitarra acústica, y cantó a capela. La gente la iluminaba con linternas. Y así terminó el show”.
Ese es el tipo de espíritu que, para Cosmo, define a los grandes artistas y a los grandes momentos. “Sin duda, formamos parte de una generación que siempre encuentra la forma de seguir adelante y hacer que el show continúe”.
Y cuando el escenario es el mundo, las anécdotas se convierten en historia. “Hicimos un show con AC/DC en 1991, en Moscú. Fue en un aeropuerto, Toshino Airfield. Había 1.6 millones de personas. Un show increíble, increíble”, recuerda. “Especialmente para el público ruso, que en ese momento… ni siquiera podían escuchar esa música. Nunca habían visto a AC/DC”.
Aquel día, además, compartieron cartel con Metallica, Pantera, The Black Crowes y Queensrÿche. “Fue una experiencia inolvidable. Son esos momentos en los que te mirás y decís: wow, estoy acá. Fue un momento histórico”.
Una vida destinada a iluminar
¿Y si no hubiera sido diseñador de iluminación? ¿Dónde estaría hoy Cosmo Wilson?. La respuesta, lejos de ser definitiva, revela facetas poco conocidas de su historia personal. “Lo principal que quería ser cuando era joven era piloto. Piloto de jets”, confiesa con una sonrisa. “Quería unirme a la Fuerza Aérea, pero en vez de eso, me interesé por la música”.
La vocación artística no se construyó de golpe: se fue dibujando entre planos, luz y escenarios. “Mi padre era arquitecto y diseñador de interiores. Crecí en ese entorno, rodeado de estructuras, formas, diseño”, cuenta Cosmo.
Pero fue la luz la que terminó marcando su camino, incluso más allá del espectáculo. Uno de los momentos más significativos de su vida profesional ocurrió lejos del rock: “Formé parte del equipo que colocó las luces del memorial 9/11, el Tribute in Light, diseñado por Paul Marantz, quien falleció este año y fue una figura legendaria en la iluminación arquitectónica, una inspiración para mí”.
Hay algo en la forma en que Cosmo Wilson habla que revela más que su currículum: revela una vida vivida en primera fila, pero con los pies en la tierra y la mirada siempre en alto.
No es solo un diseñador de iluminación. Es un testigo privilegiado del tiempo, del rock, de los cambios, y de lo que permanece.
Porque mientras el mundo corre detrás de la novedad, él sigue creyendo en la magia de lo simple. En una luz bien puesta. En un rojo que arde como “Highway to Hell”. En un azul que hiela como “Cold as Ice”. En esa alquimia entre música y emoción que no necesita más que sensibilidad, oído fino y un pulso certero.
Lo suyo no es nostalgia: es fidelidad. A una manera de hacer. A una manera de sentir. A una ética del oficio que no negocia inspiración por espectáculo.
Y quizá por eso su historia resuena tanto: porque no importa cuántas giras, marcas o escenarios pasen, siempre hay una luz, una canción y un instante que lo devuelven al origen. Y él, simplemente, aprieta go.
